sábado, 18 de diciembre de 2010

Sinsajo.

Peeta y yo volvemos a unirnos. Aún hay momentos donde él aprieta la parte trasera de la silla y se sostiene hasta que los recuerdos se han terminado. Yo despierto gritando de pesadillas sobre mutos y niños perdidos. Pero sus brazos están ahí para confortarme. Y finalmente sus labios. En la noche en que siento esa cosa de nuevo, el hambre que me controló en la playa, sé que esto habría pasado de todas formas. Que lo que necesito para sobrevivir no es el fuego de Gale, encendido por la rabia y el odio. Tengo bastante fuego en mí misma. Lo que necesito es el diente de león en la primavera. El amarillo brillante que significa renacer en vez de destrucción. La promesa de que la vida puede continuar, sin importar lo malo de nuestras pérdidas. Que puede ser buena de nuevo. Y sólo Peeta puede darme eso. Así que después, cuando él susurra:
―Tú me amas. ¿Real o no real?
Le digo:
―Real.




Tengo que recordarme que Gale está en el 2 con un trabajo lujoso, probablemente besando otro par de labios.



Lentamente, como lo haría con un animal herido, extiendo mi mano y toco una onda de pelo de su frente. Él se congela por mi toque, pero no se aleja. Entonces, continúo acariciando suavemente su cabello hacia atrás. Es la primera vez que lo he tocado voluntariamente desde la última arena.
—Tú aún intentas protegerme. ¿Real o no real? —susurra.
—Real —contesto. Parece requerir más explicación—. Porque eso es lo que tú y yo hacemos. Nos protegemos el uno al otro. Después de unos minutos, él se duerme.



Así que, antes de que pueda hablar, lo silencio con un beso. Vuelvo a sentir lo mismo, lo que sólo había sentido en una ocasión, en la cueva, el año pasado, cuando intentaba que Haymitch nos enviase comida. He besado a Peeta unas mil veces, tanto en los juegos como después, pero sólo hubo un beso que despertase un cosquilleo en mi interior, sólo un beso que me hiciera desear más. Sin embargo, la herida de la cabeza empezó a sangrar y él me obligó a tumbarme. Esta vez no hay nada que nos interrumpa, salvo nosotros mismos. Y, después de unos cuantos intentos, Peeta se rinde y deja de hablar. La sensación de mi interior se hace más cálida, surge de mi pecho y se extiende por todo el cuerpo, por brazos y piernas hasta llegar a las puntas de los dedos. En vez de satisfacerme, los besos tienen un efecto contrario, aumentan la necesidad. Creía que era una experta en hambre, pero se trata de hambre completamente distinto. Lo que nos devuelve a la realidad es el primer rayo de la tormenta eléctrica..



Nadie nos molesta. A última hora de la tarde, tumbada con la cabeza
sobre el regazo de Peeta, hago una corona de flores mientras él juguetea
con mi pelo; de repente, se queda quieto.
—¿Qué? —pregunto.
—Ojalá pudiera congelar este momento, ahora mismo, aquí mismo, y
vivir en él para siempre.



A diferencia de hace dos noches, cuando notaba que Peeta estaba a varios kilómetros de mí, ahora mismo me abruma su proximidad. Cuando nos tumbamos, él me baja la cabeza para que use su brazo de almohada, mientras me pone el otro brazo encima, como si deseara protegerme, incluso dormido.Hace mucho tiempo que nadie me abraza así; desde que mi padre murió y dejé de confiar en mi madre, ningún abrazo me ha hecho sentir tan a salvo.

Estractos de la saga Los Juegos del Hambre. Suzanne Collins. -Un inigualable espejo que hará que reflexionemos sobre lo despreciable que es la ambición de poder del hombre. El Capitolio y los Distritos son una imagen ficticia de los países actuales-.

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